Escrito el 7 de noviembre de 2014
Hola, mis grandes amigos del amor, con Dios y los seres humanos, no los de mi país, República Dominicana, que están perdiendo todo. Antes, debo decir que vengo de la tierra del amor, es decir, que soy dominicano, pero con las cosas que pasan día a día, ya el mundo no sabe de dónde viene.
De la falta de tolerancia de mi pueblo, ya que ya no existen valores a la vida, ninguno; la libertad de expresión tampoco, y ni hablar de ser diferente en criterio de pensamiento, o menos, en orientación sexual. Hablamos de muchas cosas, pero los moralistas no soportan nada, que no salga de las Iglesias, especialmente católicas. Me preguntarán: “¿Por qué escribes estas cartas, o mejor dicho, estas líneas de pensamiento?”
Pues ahí le va, República Dominicana, no tiene ladrones ni prostitutas, tampoco pobres, ni carece de necesidades; la salud y la alimentación…todo está bien, ja, ja, ja, ja. También, los hombres no matan a sus propiedades, ah, digo, mujeres, pero tampoco tienen dos. A sus hij@s, le dan todo el cariño, ja, ja, ja, ja; y cuando ven algo diferente, los norteamericanos le dan el cubo de agua, el que tienen atrás, y si, es ese mismo que usted piensa, pero si es un haitiano, le dan una patada, ja, ja, ja, ja.
Esta línea es lágrima de mi corazón por la muerte de otro joven “gay” o maricón, otro pato, como le llaman los que por sus poros brotan odio, sobre estas personas diferentes a ellos en su orientación sexual. Que me atrevo a decir que son “mejor gente”, que los muy machos en la sociedad, pero más maricones que los mismos “gays” declarados. Díganme, en que familias dominicanas no hay, un ladrón, drogadicto, cuero, y si, usted sabrá o sabe lo que quiere decir cuero o maricón. No tiren piedras al cielo, cuando su techo es de cristal porque, también se rompe.
Véanme como quieran, soy defensor de los derechos humanos, amigo de los más humildes, incluyendo los “gays”. Soy amigo de los que no son odiosos, de los que sienten amor por los demás, de los que lo sufren todo y padecen todo. Vengo de un mundo diferente, donde aprendí a respetar a los demás, ya que en momentos de mi niñez, mi mamá que en paz descanse, y mi abuela igual, me hicieron cumplir una promesa por una enfermedad que adquirí: Sarampión. La promesa era, que en el momento que sanara, no me iban a cortar el pelo durante 10 años, mi cabello creció tanto, que hacían tres moños y yo era el “hazmerreír” de todos en mi barrio Los Mina, en aquella vieja calle San Vicente de Paúl, antes que del dictador Joaquín Balaguer construyera el Puente de la 17.
Por tal razón, hoy cuando en Los Mina, matan un joven por ser gay, ese joven pude haber sido yo, por ser diferente a los demás. Pero, si culpable son quienes lo matan físicamente, tanto lo son quienes lo ofenden moralmente con palabras ofensivas, y no se queda nadie en la sociedad dominicana, especialmente, la Iglesia Católica y el Diablo, digo, el Arzobispo.
Con amor, Héctor Peña, para Peña del Pueblo
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